Nuca es buena la radicalidad, ni para defender ni para atacar cualquier idioma
Por: Rodolfo Serrano. 30 de junio de 2008
Aprendí el castellano –posiblemente un mal castellano lleno de laísmos y leísmos-, como casi todos, en mi familia y, más tarde, en la escuela del pueblo. Pertenezco a una generación que no tuvo nunca duda alguna de que era lengua común y jamás se me planteó otra posibilidad de expresarme. La gente de mi edad llegamos tarde a la enseñanza de idiomas, tal vez porque entonces plantearse siquiera salir fuera del país era pura entelequia.
Quiero decir que siempre me he expresado –a veces con torpeza y este artículo es buena prueba de ello- en la lengua que me enseñaron las personas de mi entorno. Y, aún con todas mis deficiencias, me ha servido para lo que sirve un idioma: para entenderme con los demás.
Cuando fui a Barcelona por primera vez, iba advertido de que los catalanes hablarían, sólo por fastidiarme, en catalán. Mi sorpresa fue que al entrar en un bar y recibir un saludo en una lengua para mí desconocida y responder y pedir yo la consumición en castellano, cambiaban amablemente al castellano y seguían la conversación sin sorpresa y sin violencia.
Nunca he tenido problemas en otras lenguas. Ni me he sentido despreciado o humillado con mi castellano deficiente en ninguna parte de este país. Debe de ser que he tenido suerte. Y confieso que, incluso, he tenido una cierta envidia hacia quienes se manejaban perfectamente saltando de una lengua a otra con tanta facilidad.
Dicen ahora que hay que defender el castellano. Y hay un manifiesto hablando de la necesidad de luchar por ello. No digo que no. La lengua es un patrimonio como lo es cualquier manifestación cultural. Y, con ello, quiero decir que respeto y apoyo cualquier intento de impedir la pérdida de una forma de entendernos y expresarnos.
Tampoco quiero con esto decir que no haya exageraciones en quienes intentan imponer su propia lengua sobre otras. En los excesos siempre está lo injusto. Y tengo para mí que el castellano hay que defenderlo en muchos frentes. También, por ejemplo, cuando lo impregnamos de locuciones procedentes de otros idiomas que nada aportan y empobrecen el lenguaje.
Pero es que, además, en el caso que nos ocupa, a mí al menos, me asaltan serias dudas sobre la limpieza de esta defensa del castellano. El problema es que se ha traspasado la barrera lingüística y se ha convertido exclusivamente en arma claramente política. No soy un ingenuo y sé que la lengua, el uso de la lengua, es un problema político, un arma política de unos contra los otros.
A este paso –y a las pruebas me remito-, lo que podría ser, sin más, un afán de defender el derecho a conocer una lengua común, una forma común de entendernos, servirá para ahondar en las diferencias. Terminará por enfrentar a derechas e izquierdas, cuando el debate debería plantearse de otra manera y nunca desde posiciones ideológicas y con apoyos mediáticos que hacen de ello bandera para otros fines.
Nadie puede negar que todos tenemos derecho a aprender y difundir la lengua de nuestros padres. Y no por encima de otras, sino a la par. Quiero decir que me parece muy bien que una familia catalana, vasca o gallega, por citar algunas, quiera que sus hijos conozcan y utilicen la lengua de sus antepasados. Y, al revés.
Da, sin embargo, la sensación de que, como en otras cosas, el radicalismo, la falta de diálogo y el maniqueísmo están moviendo las aguas de lo que durante muchos años fue balsa más o menos tranquila. Ya sé que se me puede argumentar que en el franquismo las lenguas distintas al castellano fueron perseguidas y reprimidas. Uno, en su inocencia, creía que ése era ya un debate superado y que lo que quedaba por delante era lograr, desde el entendimiento, la convivencia pacífica y enriquecedora de las distintas lenguas en que se expresan los hombres y mujeres de este país.
A mí que me gusta leer a Joan Margarit en versión bilingüe, quiero acabar hoy con unos versos suyos. (Si hay erratas, reconozco que son mías):
És la meva tardor, l'edat dels pactes
impossibles, el temps roig del perill
per a homes grans i noies solitàries.
L'edat de l'adulteri i de l'oblit
jugats sense esperança, l'edat freda
de l'última partida amb un mateix.
Cal jugar dur, sense esperar la sort,
perquè no es tracta, ja, d'un joc d'atzar.
És el temps de fer l'últim solitari
amb les cartes marcades pel passat.
Definitivamente se trata de mi otoño,
un tiempo de alianzas imposibles,
la edad roja de todos los peligros
para hombres maduros y chicas solitarias.
La edad del adulterio y el olvido
sin ninguna esperanza, la edad fría,
la partida final contra uno mismo.
Permanezco en la mesa, sin esperar la suerte,
ya no cabe el azar en este juego.
Es el tiempo de hacer un solitario
con las cartas marcadas de la vida.
A mí lo que me importa es la belleza de sus versos, tanto en catalán como en castellano.
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Mikel Orrantia Diez orrantiatar@gmail.com enviado el 30-06-08
Salud. Enhorabuena, da un inmenso placer leer intentos de equilibrio emocional como el tuyo a la hora de hablar y escribir de las lenguas o idiomas de las Españas. Pena da leer a ilustres pensadores originarios además de cualquiera de las nacionalidades de esta España de historias propias y de naciones hecha, con esas cargas de odio como puñales... ¿No sabría decir porque, tengo mi hipótesis, me la voy a guardar por falta de pruebas... pero de mucha pena dejar que el odio sustituya la razón humanista. Día debería venir, si se quiere que esta España plural sea de todos los que hoy la vivimos, en que todos los ciudadanos españoles tengan alguna noción al menos básica de las lenguas, historias y culturas de los diversos pueblos o comunidades que la conforman, y, que, por otro lado, nunca han sido del todo integrados a la fuerza. Solo la libertad es un cemento digno de un edificio para ciudadanos libres, iguales y fraternos en una democracia de progreso...
(Mi lengua materna es el castellano, mi segunda lengua el francés - mi escasa cultura también es tanto o mas francesa que española, gajes de los compromisos antifranquistas, jamás confundiré mi cariño, respeto y apoyo por el vascuence con la justificación de la imposición de una única lengua. ¡Que vergüenza, en un mundo casi abierto y pluricultural...! El respeto y la democracia se llaman conciencia de la diferencia, protección para que las minorías 'distintas' puedan ejercer en el marco de leyes apropiadas para la libertad y la solidaridad entre las personas y los pueblos.)
Agur. Mikel.
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De: "Abi"
Fecha: 1 Jul 2008
Para: Mikel Orrantia
Asunto: Hablo castellano...
Salud, Mikel, bonito artículo.
Estoy de acuerdo en que la lengua es objeto de instrumentalización política y en ese juego hay muchos que se apuntan. Creo que se están cometiendo en la actualidad, en algunas partes y no por todo el mundo, determinados desmanes en materia lingüística, de similar naturaleza a los que antes se le reprochaban al franquismo. No se trata de fomentar el desarrollo de una lengua, que necesariamente será minoritaria por el número potencial de hablantes en razón del territorio al que afecta. A mí eso me parece normal. No, lo que los talibanes autonómicos están pretendiendo es reprimir, con sutileza, que se hable o desarrolle la otra. Y a eso me niego. La gente que se exprese como quiera, y no hay que ponerle trabas ni impedimentos, ni usar de artificios para forzar a la conversión lingüística. El bilingüismo es deseable, pero que se consiga sin imposiciones ni discriminaciones, si no, estará viciado de raíz. A mí, que soy castellanoparlante y monolingue, no me gustaría que el castellano se imponga a nadie.
El poema es hermoso, pero la traducción creo que cojea. Hasta yo, que no
conozco el catalán, creo que podría traducir el último verso así:
"Es tiempo de hacer el último solitario
con las cartas marcadas del pasado".
Y no como lo han traducido:
"Es el tiempo de hacer un solitario
con las cartas marcadas de la vida".
Un solitario no es el último solitario, hay diferencia, y las cartas del
pasado son las cartas del pasado, no las cartas de la vida, que pueden ser
también las del presente. El poeta sabía bien lo que quería decir y le han
jodido el matiz. En fín.
Abi.
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