jueves, 23 de diciembre de 2010

frente a la globalización se afirman mil respuestas particularistas... nos queda la interculturalidad...



Con gusto comparto este espacio mediatico con un viejo amigo y compañero.
Salud
Mikel


El 23/12/2010, a las 03:03, José Ignacio escribió:

        Amigos/as:

        Hace pocos días Mikel nos advertía sobre esa batalla mediática que, en esta modernidad tardía y en líneas generales, viene ganando el ¿pensamiento? de derechas. Esa derecha de toda la vida, clasista, centralista, imperialista, colonialista, liberticida, sexista, homófoba, xenófoba y racista. Y eso así se presente sin piel de oveja, a la vieja usanza fascista y/o nacional-católica, o bien se travestice de neoliberal, posmoderna, defensora de los intereses de Occidente (claro está que en el particular marco nacional del que se dotó en la modernidad, por mucha legitimación medieval-antigua a la que recurra). Sin que estas importantes escaramuzas puedan distraernos del escenario central del campo de batalla: el desmantelamiento del estado del bienestar, sin apenas valedores ya entre la clase política y acosado por toda la jauría de perros de la guerra (nada metafóricos en Irak, sin ir más lejos).

        Algo muy penoso cuando, en las coordenadas de la globalización, nos vemos obligados a coexistir no solo con los "otros" interiores de tipo tradicional, sino también con los arribados forzosamente vía inmigración transnacional y transcultural. Y cuando nuestro pequeño territorio o lugar se ve sometido a flujos crecientes de personas, mercancías e informaciones. Demasiado complicada, incierta y plena de riesgos está la dialéctica global/local (glocalización) como para que resurjan todos los esperpentos del pasado, a los que creíamos encerrados bajo las siete llaves del sepulcro del Cid.

        Porque muchos creímos en una acracia libertaria, sin clases, desigualdades ni discriminaciones de tipo alguno, sin fronteras ni valladares entre los grupos sociales, étnicos y culturales. Para toparnos con ese "parto de los montes" de la transición española, de dudosa homologación con una verdadera democracia representativa. Y seguimos aspirando a una democracia participativa, en la que ni el discurso ni el poder se vean monopolizados por  los partidos políticos y/o poderes económicos, sino abierta a la incorporación y gobernanza de los grupos subordinados por la clase, el género, la etnia o la cultura que cada uno de ellos vehicula. Y por lo tanto a la sociedad civil que tales agregados conforman, vía sus asociaciones y movimientos sociales.

       Los tiempos de la integración o asimilación de los grupos minoritarios han pasado a mejor vida. Porque, frente a la globalización se afirman mil respuestas particularistas: de tipo étnico, religioso, cultural, político, fundamentalista incluso. Y porque los inmigrantes transnacionales, con los pies en el "aquí" y la mente (vía internet, locutorio, retornos vacacionales, envío de remesas...)  en su sociedad de origen, no están dispuestos a dejarse fagocitar por el estado-nación de acogida. También ha fracasado el bienpensante multiculturalismo, puesto que con su "laissez faire" a cada grupo étnico/cultural/religioso, tiende a crear discriminaciones entre los ciudadanos y restricciones al ejercicio de las libertades de los pertenecientes a algunas minorías.

      Así pues, solo nos queda la interculturalidad. Y este paradigma supone que no solo cambia el inmigrante, sino que también el oriundo debe acomodarse a una sociedad que jamás podrá retrotraerse a las características previas a la irrupción de aquellos. Y esto supone que el sistema educativo, las estructuras políticas y sociales y, sobre todo, nuestras mentalidades, deben acomodarse a la nueva situación. De buen grado o porque no queda más remedio.

      Pretender lo contrario solo nos lleva a posturas como la de aquel egregio alcalde bilbaino (Castañares) que, en referencia a la población de nuestros barrios y comparsas festivas, postuló aquello de "los moros a sus txabolas". O a actitudes demagógicas como la de Aznar "España lleva 1.300 años de lucha contra el Islam", o de Berlusconi "las pateras a cañonazos". 

      En este contexto, resulta patético recibir, un día sí y otro también, mensajes como las dos perlas cultivadas que adjunto más abajo. Lo curioso es que el autor (más bien transmisor) no es otro que un antiguo compañero de colegio, el único que nos salió facha (de derechas varias hay muchos más). Porque parece que el habitus inculcado en colegios religiosos solo se atempera, pero deja huella indeleble, como el bautismo a los creyentes. Aun cuando los supervivientes de aquel grupo de bachilleres hemos aprendido a tolerar nuestras diferencias, a menudo profundas. Y que el mentado es el organizador de nuestro anual reencuentro. Que ha tomado prestado mi calificativo de "fratría" para esta recurrente congregación de los ayer compañeros y hoy comensales. Como dato indéxico de entrambos nacionalismos en liza en nuestro pequeño paísito, mi corresponsal es de quienes aún se obstinan en escribir Barakaldo con c.

       Dicho todo esto, y para no alargarme, yo no tengo el elixir capaz de soslayar ni de soldar diferencias culturales. Pero lo que no podemos es exacerbarlas ni a primera ni a segunda sangre. Sino tratar de socializar en la tolerancia y en el respeto a los derechos humanos a todos, oriundos y foráneos. Aunque el parcial fracaso con el que se ha saldado la falta de cohesión en la sociedad vasca durante los últimos 130 años, aún escindida en comunidades que se empeñan en enrocarse en posturas irreconciliables, no invita precisamente a ser optimista.

       Sigamos, no obstante, y yo el primero, por los senderos de Utopía, camino de ese horizonte de libertad y convivencia que hoy -más que nunca- es preciso alcanzar. En este empeño nos jugamos nuestros estilos y calidades de vida y, sobre todo, las de las generaciones del inmediato porvenir.

          Libertad, Igualdad, Fraternidad, Socialismo (libertario).

          Iñaki Homobono y su alter-ego cosmopolita (Joseph. I. Goodman)

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