miércoles, 6 de enero de 2010

Rezar por la unidad de España - Blog de Josu Erkoreka

Salud.
Es la primera vez que me acerco a tu BLOG. Vengo rebotado de una lectura critica de un texto cuyo titular me llamó la atención, no puede ser menos ya que decía: ” le abortista PNV acusa a la iglesia de nacional catolicismo” (www.hazteoir.org). No te cuento en que espectro (nunca mejor dicho) político se sitúa.
El caso es que leído tu articulo, tengo que decir que me ha gustado, lo suscribo quizá con algún matiz que ahora no viene a cuento. Y con tu permiso me lo copio en mi BLOG (orrantiatar.blogspot.com), para, modestamente, ayudar a la difusión del razonado punto de vista y de la imagen de un PNV laico y de progreso que detrás del mismo se percibe intelectualmente. Ya se hay muchos PNVs en su PNV: ¿¡casi mejor, no?! Me gusta la diversidad y la confrontación de puntos de vista de manera colaboradora y pacifica, basada en el reconocimiento del otro, de los otros… Los de izquierdas, los rebeldes y revolucionarios y los evolucionarios radicales… deberíamos aprender a hacer y hacer funcionar en libertad una especie de Partido Gran Río Madre, con muchos afluentes y una gran diversidad de caudales y ecosistemas y formas de vivir, que contribuyan a posibilitar una opción colaboradora, unitaria, convivial, respetuosa con las partes afluentes, potenciadora de la diversidad, distinta a la experiencia histórica que conocemos… para organizar a Europa y los europeos en democracia, unidos para mejorar el presente, mirando al futuro con esperanza. Digo.
No soy del PNV, soy un libertario vasco cosmopolita, en tierra de nadie en su propia tierra, que le manda sus mejores deseos. Zorionak!
Mikel Orrantia Diez
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Blog de Josu Erkoreka
Munduratzen betidanik jakin izan dugu euskaldunok eta zer esanik ez bermiotarrek


Rezar por la unidad de España
2010/01/05 de Josu Erkoreka - http://josuerkoreka.com/2010/01/05/rezar-por-la-unidad-de-espana/#more-2477

Desde que en las lejanas postrimerías del siglo XV, Fernando de Aragón e Isabel de Castilla unificaran sus respectivos reinos bajo la sagrada égida del catolicismo, la política y la religión han corrido en las tierras de España unidas por un fuerte e indeleble cordón umbilical. La monarquía católica se convirtió en el más firme baluarte de la fe apostólica y romana en este valle de lágrimas y el catolicismo institucional encontró el firme apoyo de un musculoso brazo secular para defender, espada en mano, sus santos intereses terrenales.


http://erkoreka.files.wordpress.com/2010/01/cardenal.jpg (Editor del BLOG: no consigo editar la foto. No tiene desperdicio, te recomiendo verla en el BLOG de Erkoreka)

Dos cardenales españoles juran la bandera de España en un acto castrense. Pero no son nacionalistas españoles. Sólo son arzobispos. ¿Alguien se imagina una fotografía semejante con los prelados vascos jurando la ikurriña?

Esta estrecha identificación entre la corona y el catolicismo trajo, como es sabido, importantes y trágicas consecuencias para los súbditos de la primera. Como el régimen político resultante de la unificación territorial se erigió sobre la identidad católica, la monarquía gobernante hubo de prescindir de todos los que se resistían a esa forzada identificación religiosa. Es así como se expulsó de la península a los judíos, primero y, décadas más adelante, a los moriscos. Los que consiguieron quedarse en las tierras de sus padres, voluntaria o forzosamente bautizados, fueron socialmente estigmatizados y tratados con severa prevención, como conversos, o como marranos. Pero la militancia católica de la monarquía hispánica produjo efectos, también, más allá de sus fronteras. La conquista de América fue acompañada de un colosal esfuerzo evangelizador, que perseguía el doble objeto de asimilar, forzosamente, los territorios descubiertos e imponer a sus habitantes, con los medios coercitivos que en cada caso resultasen necesarios -en fin, creo que ya se me entiende-, la fe católica, que se tenía como el santo y seña de la monarquía imperial.

Durante siglos, esa estrecha relación simbiótica que se estableció entre la monarquía y el catolicismo, contribuyó a conformar una cosmovisión político-religiosa que para muchos constituyó la esencia misma de la hispanidad. En la segunda mitad del siglo XIX, una serie de pensadores de inspiración tradicionalista -entre los que cabe destacar a Menéndez Pelayo, Ramiro de Maeztu y Manuel García Morente- tomaron como base esta tradición para dar cuerpo a lo que vino a denominarse el nacionalcatolicismo; un movimiento que partía de la existencia de una identidad consustancial entre lo español y lo católico, para preconizar un proyecto político en el que la definición de las pautas básicas de la convivencia y de la organización social e institucional, habían de quedar reservadas a la Iglesia católica. La propuesta ideológica nacionalcatólica se esboza como un mecanismo de defensa frente al efecto secularizador de la ilustración, el liberalismo y los movimientos obreros y cuaja con especial fuerza en los sectores más conservadores de la sociedad española, hasta que el franquismo lo pone al servicio de su proyecto dictatorial, haciendo suyo el objetivo de garantizar “la restauración de la unidad católica de la nación, paso secular, firme e insustituible de la unidad política de las tierras y de los hombres de España”.
El nacionalcatolicismo descansa sobre la convicción de que la esencia fundamental e inmutable de la nación española es el catolicismo; un catolicismo concebido al estilo de la España imperial y contrarreformista del siglo XVI, que constituye, a su juicio, la etapa más célebre y memorable de la historia peninsular. Desde estas premisas teóricas, sus principales ideólogos desarrollan la idea de que España y el catolicismo son “consustanciales”. García Morente lo explicaba muy gráficamente:

“En Francia, la religión no es consustancial con la nacionalidad. Se puede ser francés, buen francés, y no ser católico; el católico francés, es francés y además católico. En España, en cambio, la religión católica constituye la razón de ser de una nacionalidad que se ha ido realizando y manifestando en el tiempo a la vez como nación y como católica, no por superposición, sino por identidad radical de ambas condiciones”

En la misma línea, Maeztu dejó escrito que, en España, “la nación católica”, lo nacional y lo religioso “no se superponen, sino que se compenetran en unidad consustancial”. Y el cardenal Gomá remachaba la idea anotando que lo católico constituye el núcleo esencial del “ser de España” hasta el extremo de que “si España no es católica, romperá con su pasado, y la historia enseña que fenecen los pueblos que rompen este hilo”

El surgimiento de los nacionalismos periféricos -el catalán y el vasco, fundamentalmente- provoca una reacción enérgica por parte del movimiento nacionalcatólico, que ve en el separatismo la demoníaca mano de satanás. Como España es la quintaesencia del catolicismo -argumentan- poner en peligro su unidad equivale a combatir los valores más profundos de lo católico. Atacar a España es, en definitiva, atacar a la fe católica. Con este esquema tan simplista descalifican de raíz, desde presupuestos religiosos, unos movimientos políticos que, curiosamente, emergen, también, con un indudable sello católico. Decía Menéndez Pelayo que “la unidad se la dio a España el cristianismo”; a lo que Calvo Sotelo añadía: “La unidad de España está atada por Dios. Es un dogma definitivo”. Sardá y Salvany remataba el círculo afirmando: “En el separatismo está bien clara la mano de satanás”.

Hace años me llamó la atención la vehemencia con la que Ramiro de Maeztu defendía estas posiciones en un artículo que publicó en el ABC -¿donde, si no?- en las semanas siguientes a los sucesos revolucionarios de octubre de 1934. El artículo se titulaba Nacionalismo y revolución, y en él defendía la tesis de que el nacionalismo vasco -el del PNV de la II República- era objetivamente un movimiento revolucionario -sí, sí, han leído bien, decía revolucionario- porque los movimientos nacionalistas de la península se veían animados por el “odio a la España católica”. El PNV confesional de la época, integrado por militantes y dirigentes de firme militancia católica que asistían a misa y comulgaban casi a diario, era, a juicio de Maeztu, una organización revolucionaria y anticatólica porque

“…los pueblos católicos son muchos y el catolicismo es universal hasta en el nombre, pero no ha habido en el mundo más Monarquía católica que la española. Y es que no hay país en el orbe cuyo ser mismo se halle tan ligado con el catolicismo como España. Todo cuanto a los españoles nos une en la región del espíritu, nos une en el catolicismo. En él nos hacinan todas nuestras glorias, sin excepción alguna considerable. Lo no católico, lo anticatólico, no aparece en nuestra historia sino como elemento de disvaler, de negación de disolución”

La perseguir la “destrucción de España”, como “nación misionera, como gofalonera de la Iglesia”, el nacionalismo vasco se convertía automáticamente, al decir de Maeztu, un movimiento revolucionario, “hasta sin darse cuenta de ello”.

No parece necesario anotar que, durante la Guerra Civil e incluso muchos años después, esta tesis circuló intensamente por los medios de comunicación del entorno franquista. Durante la conflagración, Lequerica escribió en El Correo Español-El Pueblo Vasco un artículo memorable en el que afirmaba -cosa cuando menos chocante en quien apoyaba desde el principio las tesis de los insurgentes- que “romper el orden español es romper el orden cristiano y aún el orden a secas”.

Aquella etapa ya pasó. Y afortunadamente, el régimen de Franco feneció, también, aunque todavía sigan vivas y coleando algunas de las rémoras que durante la dictadura arraigaron en España. Las ideas que entonces se nos impusieron -y, entre ellas, la nacionalcatólica- parecían definitivamente arrinconadas. Sin embargo, en los últimos tiempos parece reemerger una versión renovada del nacionalcatolicismo. Una versión más sutil. No tan burda como aquella que predicaba la disparatada tesis de la ”consustancialidad” entre la nación española y lo católico. Una versión adaptada a los tiempos.

Han transcurrido ya algunos años desde que en algunos entornos de la jerarquía eclesiástica española empezase a emerger una cierta inquietud, expresada públicamente, y sin matices, por la ruptura de la unidad de España. Es un proceso -todo hay que decirlo- que transcurre paralelo a la intensificación de los mensajes alarmistas que la derecha política española proyecta sobre la opinión pública en torno a la misma cuestión. ¿Quién no recuerda el latiguillo “España se rompe”, tantas y tantas veces repetido desde el Partido Popular? Se podrían citar decenas de declaraciones formuladas por diferentes prelados en torno a esa preocupación. Desde aquella boutade de Martínez Camino -posteriormente matizada- en la que sostenía que el nacionalismo es pecado hasta aquella carta en la que Rouco Varela pedía a todos los sacerdotes de Madrid que rezasen en la Eucaristía del domingo por la unidad de España. También recordamos aquella pastoral del arzobispo castrense y General de División, Francisco Pérez, en la que sostenía que la unidad de España constituye un “bien moral”. La fotografía que acompaña al post pertenece a ese periodo. En ella se ve al cardenal arzobispo de Toledo y primado de España, Francisco Alvarez (primero por la izquierda) y su antecesor en el cargo, Marcelo González Martín, jurando bandera junto a 310 soldados del arma de Infantería. Una imagen insólita. Pero si la imagen fue insólita, no lo fueron menos las palabras. González Martín declaró a Efe que ha jurado la enseña nacional junto a los militares porque, en su vida le faltaba “el detalle de expresar el amor a la patria y a la unidad de la misma”.

A finales de 2006 -tras más de un año anunciándola- se publicó la Instrucción Pastoral de la Conferencia Episcopal, en la que se daban “orientaciones morales ante la situación actual de España”. Aunque sus promotores quisieron convertirlo en un documento moralmente vinculante para los católicos, la falta de los apoyos necesarios lo dejó reducido a una simple Instrucción. El escrito, repleto de citas amputadas y de referencias manipuladas, dedicó un apartado a “los nacionalismos y sus exigencias morales”. Evidentemente, la reflexión no hace referencia alguna al nacionalismo español y sus exacerbadas manifestaciones. Para los firmantes de la Instrucción, el nacionalismo español no existe. Y si existe, carece de problemas morales. Probablemente por casualidad, el resto de las consideraciones que el documento hace sobre el tema, coinciden casi puntualmente con las que por esas mismas fechas venía defendiendo el PP en el debate público. Probablemente -insisto- por casualidad. No por afinidad. Ni porque los prelados tengan intención de meterse en política. Pocos días después, Fernando Sebastián y Martínez Camino publicaban en el ABC -¿dónde, si no?- un artículo de opinión significativamente titulado “La unidad de España, elemento básico del bien común“, en el que resumían las reflexiones incluídas en la Instrucción en torno a los nacionalismos. Su posición es clara: la Instrucción reconoce un “derecho real y originario de autodeterminación política en el caso de una colonización o de una invasión injusta, pero no el de una secesión”. En consecuencia -señalan los firmantes-

“El juicio moral de la Instrucción es claro respecto del independentismo. Pero no todos los nacionalismos son ni tienen por qué ser independentistas. Por eso, los obispos afirman también que “La Iglesia reconoce, en principio, la legitimidad de las posiciones nacionalistas que, sin recurrir a la violencia, por métodos democráticos, pretendan modificar la unidad política de España”. ¿Es contradictoria esta afirmación con la recusación moral del independentismo? No lo es, porque “modificar” la unidad política de España es algo muy distinto que romperla”

Que es -añadiría yo- lo que queríamos demostrar.

Transcurrido algún tiempo, José María Setíen publicó un libro bajo el título “Unidad de España y juicio ético”. Como todas las suyas, la obra es tan rigurosa y seria en lo conceptual como en lo argumental. Su conclusión es mucho menos pretenciosa que la de los redactores de la Instrucción: “El problema -sostiene- es suficientemente complejo como para pensar que la Iglesia, en el ejercicio de su Magisterio, no haya de resolverlo por la vía de un juicio ético vinculante de las conciencias”. En su opinión, “los problemas de la unidad y de la pluralidad, actualmente planteados en España, no han de resolverse por la vía de las decisiones ético-morales de carácter magisterial, pretendidamente vinculantes. Habrá de ser, por el contrario, el propio dinamismo político-social, el que haya de buscar las fórmulas más coherentes con la situación del momento histórico que estamos viviendo. Se trata de dar una solución política, a un problema político, por vías políticas, a partir de unas convicciones democráticas profundas, irreductibles al correcto juego de los números y de las mayorías y minorías resultantes del mismo”.
La reflexión de Setién me parece atinada. Los problemas políticos complejos han de resolverse a través de cauces políticos, sin que la Iglesia pretenda entrometerse en ellos, y menos aún invocando su autoridad magisterial y a través de juicios éticos vinculantes. Pero el nacionalcatolicismo renovado de la jerarquía eclesiástica española no está para ese tipo de discernimientos. Antes, consideraba que el nacionalismo era anticatólico porque atacaba la unidad de la Monarquía católica. Ahora, se escuda tras un juicio ético sacado de la manga para tildar de inmoral y contrario a la ética cristiana cualquier planteamiento independentista.
Y luego acusarán a los curas vascos de nacionalistas.

Y luego acusarán a los curas vascos de nacionalistas.

1 comentario:

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